El hombre de la gabardina deposita en un buzón un paquete no sin antes mirar a ambos lados de la calle por si lo están siguiendo, si le están mirando.
Yo, gran trabajador de correos con el tercer número en la promoción del ’83, le observo desde la distancia, en la penumbra. En mi semana de vacaciones suelo leer las últimas tendencias en novela negra, con una Peterson Sherlock Holmes «Original» Heritage. Disfruto, me relamo averiguando al asesino y sus causas. Soy presidente de la asociación «Crime and City», fundador también. Quedamos una vez al mes y resolvemos un caso siguiendo pistas. A veces les dejo a mis compañeros usar su intelecto mientras yo resuelvo el caso mentalmente. No me importa, observo sus pesquisas de viva voz para analizar como piensan.
Respiro con profundidad, ajusto la mira telescópica y disparo procedimentales: El hombre de la gabardina es de mediana edad, se le ve incómodo, con movimientos erráticos que huelen a necesidad por abandonar la escena (¿del crimen?). Se atusa el sombrero y despliega las dos alas del cuello de la gabardina. El frío del invierno congela en parte su iniciativa y deambula entre protegerse las manos o calentarlas con su propio vaho. Observo un comportamiento introvertido, ensimismado en lo que ha hecho mientras en mis manos disecciono del manojo de llaves aquella que abrirá el buzón.
No tiene pinta terrorista, pero algo esconde.
Le veo en marcha, más tranquilo a medida que su memoria prescinde del recuerdo, como todo psicópata. Cada seis pasos parece recobrar dos centímetros de estatura. Deduzco que es debido a no tener el peso en sus manos ni la carga del paquete en su rostro.
Abro, con lentitud, el cerrojo del amarillo buzón y veo su delito envuelto, de escaso valor postal, mal empaquetado pero con notas claras en el dorso:
- DEVOLUCIÓN – LA SALCHICHA PICANTE TOYS.
PROMPT:
crea una imagen difuminada de una calle de noche con farolas donde hay un buzón amarillo y un hombre sigiloso en gabardina marrón metiendo un paquete dentro del buzón intentando que nadie le vea